Mi hermano estudió una carrera difícil en una universidad muy exigente. Tuvo momentos complicados de verse impotente, de sentir que no podía con todo, pero finalmente, en el tiempo estipulado, la terminó. Mi madre entonces le dijo «¿Ves, D, como todo pasa, dónde quedaron los años de carrera?» A lo que mi hermano le contestó «sí, ya terminó, pero tuve que pasarla, mes a mes, curso a curso, año a año y eso no me lo quita nadie aunque parezca que ese tiempo no existió porque ahora sólo se ve el resultado».

Pues con los primeros tres años de los gemelos (especialmente los dos primeros) para mí ha sido así…
Cuando a tu alrededor alguien te dice que quiere tener gemelos, en su cabeza supongo que tendrá la imagen idílica de lo especial y divertido que es tener dos personitas de la misma edad en casa. Pero los primeros meses en que te faltan manos para atender a los dos, que apenas duermes, que muchas veces no sabes qué hacer con ellos, que te frustra no poder consolar sus llantos, que te gustaría «disfrutar» de cada uno de ellos en exclusiva pero no puedes, que cualquier gestión se convierte en una odisea… Eso no está en la cabeza de nadie (de nadie que no haya criado múltiples, claro está). Y el estrés cuando empiezan a caminar, que no puedes ir a ningún sitio con ellos, que no quieren estar en la silla de paseo pero tampoco quieren caminar de tu mano, que (como te salgan terremotos como Zipi y Zape) no puedes ni ir al parque sola con ellos porque se dan a la fuga, cada un para un lado y sin mirar atrás… eso tampoco figura en la mente de quienes te dicen que anhelan tener gemelos.

Porque desde fuera sólo se ve el punto al que ya hemos llegado en casa, ahora que los niños tienen tres años (desde los dos años y medio empezamos a observar el fenómeno). El punto en que comparten un universo para ellos dos al que nadie más puede entrar. En que se protegen a capa y espada e incluso hacen complots contra nosotros. En que lo primero que hacen al levantarse es ir a buscar a su hermano. En que comparten todo. En que son capaces de dar su bien más preciado al otro con tal de no verlo sufrir. En que te mondas de la risa con sus conversaciones, y te admiras con los juegos que inventan para ellos dos. En que te cuentan sus profes del colegio que se buscan y se esperan al salir de clase para ir juntos al recreo… o que los tienen que separar en el comedor porque si no se solidarizan y si uno no quiere un plato, el otro tampoco… Ese punto en que se entretienen uno con otro y te das cuenta de lo que quería decir todo el mundo con aquello de «se crian solos» (¡ja!). En que logísticamente es muy cómodo tener dos niños de la misma edad… Ese punto en que piensas en la suerte que es para ellos vivir todas esas aventuras de la vida juntos. Y en ese momento se disipa cualquier resquicio de culpabilidad que pudiera quedar por no haberlos atendido individualmente de bebés. Porque tenerse uno a otro compensa todo.

Pero esto no es así desde el principio. A veces llega pronto, otras veces, como creo que es nuestro caso, tarda más. Pero llega, y ahora cuando me alguien me dice «quiero tener gemelos!» ya por fin puedo responder: «ojalá fuera así, es lo más divertido y apasionante que te podría pasar».

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Asturiana, habladora compulsiva, culo inquieto, Licenciada en un par de cosillas y madre de 3 + 3. Los tres primeros son ? ? ? del cielo y los tres siguientes (los mellizos Zipi y Zape y el pequeño Tamagochi), afortunadamente nos dan mucha lata. No soy superwoman, trabajo en equipo con mi Pantuflo. Nadie dijo que fuera fácil... pero ¿y lo bien que lo pasamos?

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