Hace dos semanas tuve que realizar mi primer viaje de trabajo (afortunadamente para mí son contados los que tengo que hacer). Fui a Madrid dos días. Para evitar pasar dos noches fuera de casa, salí a las 6 de la madrugada de un martes y regresé a las 8 de la tarde al día siguiente.

Desde que supe que tenía que hacer ese viaje, que implicaba coger un avión y plantarme a 1.500 km de mi casa y mis niños, me faltaba el aire (esto se ve magnificado por lo poco que me gusta volar). Cada vez que lo pensaba se me encogía el estómago, la tarde anterior me la pasé llorando. Y el día que salí estuve 10 minutos delante de sus cunas con las lágrimas resbalando por mis mejillas  mientras les observaba dormir plácidamente. Y el despegue en el avión fue un dramón digno de telenovela, entre sollozos y mocos, menos mal que no llevaba a nadie al lado. Es que soy un poco melodramática de siempre. Y todo el mundo me decía: “tienes que acostumbrarte a estar sin ellos”, o a la inversa “es bueno para ellos, que se acostumbran a no estar pegados a mamá todo el día”.

Al final el viaje no fue tan terrible, no me entró una crisis de pánico escénico cada vez que me acordaba de ellos (bueno, en realidad los tenía en mente todo el rato), aproveché para quedar con amigas y sus bebés y en vez de un hotel dormir en casa de mi prima, madrina de Zape, y hasta disfruté. Laboralmente me ha venido muy bien porque había llegado a un grado de desmotivación laboral preocupantes. He vuelto renovada, con unos ambiciosos objetivos que cumplir y con ganas de hacer muchas cosas.

No obstante, y aunque probablemente esté equivocada, ya que toooooooodo el mundo me dice lo contrario, sigo pensando que no es necesario que mis hijos se “desacostumbren” a mí ni yo a ellos, al menos no aún.

Cuando era pequeña, yo era una lapa con mi madre. Algún campamento de verano me lo pasé llorando porque quería volver a casa. Incluso en una ocasión, con 9 años, me mandaron a París a casa de unos conocidos para practicar francés y a la semana me tuvieron que traer de vuelta porque aquello era un sin vivir. Y todo el mundo le decía a mi madre que lo mío no era normal, que tenía que «desapegarme»… Mi madre, ni caso (gracias, mami), sólo les decía mientras me achuchaba, “no me importa, no os preocupéis, que ya volará”. Y vaya si volé, me fui a estudiar la carrera sin mirar hacia atrás, después viví en el extranjero y finalmente acabé estableciendo mi vida en Gran Canaria, a 2.000 km de mis padres. ¡Menos mal que no podía separarme de mi madre! Sólo necesitaba mi tiempo y la confianza necesaria para emprender vuelo por mi cuenta.

Así que no, no necesito ni tengo ninguna prisa por cortar ese cordón umbilical invisible que todavía nos une, no quiero enseñarles a estar sin mí, porque la vida se encargará de ello. Con lo que me ha costado que llegaran a mis brazos, no necesito tiempo sin ellos. Creo que las 8 horas diarias que estoy fuera de casa trabajando (que me saben a gloria) y alguna que otra quedada a cenar con amigas, son más que suficiente.

Ana

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Me encanta leer a Ana con estos comentarios y detalles.

Decidimos publicar esta semana este post porque yo también estuve en Madrid este lunes y martes por motivos de trabajo. Hace un par de semanas Ana me escribió un whatsapp contándome que se iba, que estaba agobiada solo con pensarlo… Y yo le respondí con una versión totalmente diferente: yo me iba SOLA! A dormir a un hotel SOLA! A viajar 5 horas en tren SOLA!Yuhuuuuuuuuuuuuuu.

La primera vez que me separé de los peques (de los mayores) por trabajo fue cuando vivíamos en Cataluña, y tuve que incorporarme a trabajar antes de que terminaran las vacaciones escolares. Una semana se quedaron aquí en Asturias con su papi, y otra semana, como su papi también tenía que volver a Barcelona conmigo a trabajar y no teníamos guarde abierta, teníamos que dejarlos en Asturias con los abuelos. Recuerdo que la primera semana, que estuve sola en Vilanova, fue horrible… Estaba todo el rato agobiada con cómo estarán, qué mala madre soy… Esto de trabajar está mal pensado… Creo que ellos ni se enteraron de que estuvimos un par de semanas separados. Yo me hundí en la más profunda miseria.

Esta semana me fui a Madrid dejando a los dos bebés enfermos, con fiebre, con bronquiolitis, durmiendo mal, llorando a todas horas. El sentimiento de culpa no me lo quita nadie, pero como he dicho en otros posts, no somos únicas, y para ellos hay más gente alrededor que les proporciona el cariño que necesitan. Y a nosotras también nos viene bien despegarnos un poco, coger aire y fuerzas y volver con ganas de verles, de jugar y de hacer otras cosas en el resto de facetas de nuestra vida. Porque somos madres, pero también mujeres, amigas, compañeras de trabajo… y hay que cuidar todos los aspectos. Eso no implica que dejes que se desapeguen de ti, pero que tú mantengas más apegos, además de los bebés.

Yo sinceramente disfruté de ver una peli en un tren tranquila, de dormir en un hotel una noche del tirón, aunque fuesen pocas horas; disfruté de entrar a curiosear en tiendas de la que iba a coger el tren de vuelta…disfruté de viajar sola, sin distracciones, sin preocupaciones… y no por eso tengo que ser mala madre. Simplemente disfruté de no ser la única en este mundo para poder cuidar de mis peques.

Elena

 

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Asturiana, habladora compulsiva, culo inquieto, Licenciada en un par de cosillas y madre de 3 + 3. Los tres primeros son ? ? ? del cielo y los tres siguientes (los mellizos Zipi y Zape y el pequeño Tamagochi), afortunadamente nos dan mucha lata. No soy superwoman, trabajo en equipo con mi Pantuflo. Nadie dijo que fuera fácil... pero ¿y lo bien que lo pasamos?

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