Nunca he sido más feliz en mi vida que desde que nacieron mis hijos. Cuando estaba embarazada no hacía más que recibir condolencias por la que se me venía encima.
Cuando iba paseando con ellos en sus cucos me decían que luego iba a ser peor cuando empezasen a caminar.
Ahora ya caminan y de momento no he recibido advertencias de lo que viene después. Creo que han desistido, porque nada ha borrado mi sonrisa.Que esté pletórica no significa que no esté hecha polvo todo el día, durmiéndome por las esquinas, que no vaya casi siempre «hecha unos zorros» cuando salgo con los niños a la calle, que no tenga momentos del día en que no sé qué más hacer con ellos (especialmente esos días en que están que no se aguantan porque les duelen los dientes o están acatarrados, o no han dormido bien), que no sea más vulnerable que nunca antes (aunque a la vez más fuerte), que no haya días en que literalmente no puedo más pero tengo que sacar fuerzas de debajo de las piedras porque los niños me necesitan, u otros en que no discuta con su papá por la cosa más tonta…

Aunque por mi forma de escribir pueda parecer que vivo en el mundo de la piruleta, tener dos bebés a la vez (o uno solo, o cuatro como Elena) no es nada fácil, y es duro, por unos u otros motivos. Pero cuando antes de tener a estos dos, has dejado tres por el camino, lo ves todo con otros ojos. El papá y yo lo hablamos muchas veces. Si no hubiésemos pasado todo lo que pasamos anteriormente, por nuestra forma de ser hoy estaríamos tirándonos de los pelos probablemente. Porque dos bebés no dan tregua y requieren atención continua desde que nacieron, primero porque lloraban a todas horas, y ahora porque quieren explorarlo y probarlo todo y no distinguen entre un trozo de pan y un botón (todo pa´ la boca) y ves peligros por todas partes. Es literalmente agotador, física y psicológicamente. Y a veces pierdes la paciencia y el control de ti misma. En ocasiones he chillado a mis hijos por pura desesperación, o me he enfadado muchísimo porque no querían tomar una medicina, porque no querían dormir o no paraban de llorar.

Por eso llevo tatuada una mariposa y tres estrellas en el dorso de la muñeca, en un sitio bien visible para mí, que me recuerda todos los días que mis hijos son un gran milagro, porque en mi estadística personal, lograr llevar un embarazo a término no es lo habitual (sólo lo he conseguido 1 de 4). No quiero olvidar esas tres almas que pasaron por nuestra vida y que nunca pudimos abrazar. Gracias a ellas he aprendido a ser feliz, hemos crecido como pareja y nos está resultando (relativamente) fácil sobrellevar la crianza de dos a la vez y disfrutar de nuestros hijos. En los momentos críticos dirijo mis ojos a mi muñeca, admiro mis
tres estrellas, cojo aire, suelto alguna palabrota internamente (alguna que otra vez se me escapa a viva voz) cuento hasta diez, lloro si hace falta, tomo impulso y tiro hacia adelante dando gracias por el regalo tan grande que me ha caído del cielo por partida doble. Me considero una privilegiada.

Así que así estoy, como se dice vulgarmente, “jo****, pero contenta”. Contenta no, inmensamente feliz.

 

The following two tabs change content below.
Asturiana, habladora compulsiva, culo inquieto, Licenciada en un par de cosillas y madre de 3 + 3. Los tres primeros son ? ? ? del cielo y los tres siguientes (los mellizos Zipi y Zape y el pequeño Tamagochi), afortunadamente nos dan mucha lata. No soy superwoman, trabajo en equipo con mi Pantuflo. Nadie dijo que fuera fácil... pero ¿y lo bien que lo pasamos?

Latest posts by Ana Tresguerres (see all)